Alzó la vista por encima de sus gafas de sol, y el color original de las cosas surgió ante ella, desterrando el viejo tono
vintage y amarillento de sus lentes.
Podía oler el sonido del agua caer, las gotas de perfume barato de los extranjeros, mezclado con la humedad de la piedra, flores silvestres y sudor.
El calor abrumaba, adulaba la mente y la paralizaba para que fuera única y exclusivamente receptora de emociones.
No había tristeza en aquel Paseo de los Tristes, tal vez un letargo melancólico en el aire, de lo que fuera un día su pavimento de tierra, o tal vez, ya empedrado, camino de mercado de día, paseo de los amantes de noche.
Ella se dedicaba a apreciar los detalles: era buscadora de belleza, un empleo que, para algunos estaba en decadencia, para otros significaba futuro de renovación y llamada a la transformación de los antiguos cánones. Es cierto que los humanos estamos destruyendo la Naturaleza, y con ello la fuente primaria de la belleza. Pero los buscadores de belleza son gente que conseguirán sobrevivir, en su ansia de encontrar cualquier resquicio que emocione, que haga sentir y se expanda como una onda sísmica por el cuerpo, que produzca bienestar, plenitud. No obstante, lloran por cada árbol que se destruye, por cada vida que desaparece. Eso es arte, es único.
Sus pies podían sentir cada piedra del suelo, clavándose en la planta, siendo algo molesto. También adquiría un sentido histórico a cada paso.
De su mano, otra mano. Suave, de dedos largos, elegante. Sonreía mientras una especie de armonía -también musical-se entretejía en el ambiente, con ornamentos delicados y justos. Para ella era tangible. Hermosamente tangible: agua, verano, color, olor a té, flores, sombra, piedra, recuerdos, historia, amor.